jueves, 27 de septiembre de 2007

DEL HOMBRE: EL THYMOS Y SU CARÁCTER DE SER RACIONAL

DEL HOMBRE: EL THYMOS Y SU CARÁCTER DE SER RACIONAL
Actitud frente a los bienes públicos*

Camilo Castro Rodríguez**

“Luego, en general, todo lo que sirve para el sostenimiento del cuerpo participa menos de la verdad y de la existencia, que lo que sirve para el sostenimiento del alma”
Sócrates.

Resumen.
He de presentar en este documento algunas apreciaciones que tienen como finalidad justificar la conveniencia de incluir en los análisis de la teoría económica que explican el comportamiento del agente económico racional frente a los bienes públicos, los elementos teóricos que giran entorno al concepto del thymos, a través de concepciones de dos economistas modernos, analizadas separadamente.

1. Introducción:

En el estudio de la Economía, el propósito sus teorías, ciertamente, pueden tener dos finalidades: uno es de carácter normativo, en el cual las conjeturas planteadas argumentan elementos que pueden “mejorar” los comportamientos de los fenómenos económicos poniendo como prioridad componentes como el bienestar, la eficiencia, la equidad, etc. Por otro lado, el propósito de tal estudio se limita a entender los fenómenos tales y como son. Y digo se limita, porque las apreciaciones de carácter normativo, sin duda, requiere de concepciones profundas, por lo menos, de tipo ético, cuestiones que siempre resulta difíciles llevar a la objetividad y con facilidad llevan a la perturbación; mientras que lo positivo, permite descansar en la paciencia necesaria para contemplar las cosas, repito, tal y como son. Considerado esto, las apreciaciones aquí contenidas, se limitan a cuestiones positivas del asunto a tratar.
De igual manera, conviene tener en cuenta que en la teoría económica tradicional se le ha dado ecuménicamente el carácter de racional al hombre, para explicar su comportamiento. Sin embargo, por otro lado, también es natural que el comportamiento del ser humano obedezca a lo que Platón apuntó como Thymos , cuestión que difícilmente se encuentra en la teoría económica y que al igual que el carácter de ser racional, no se encuentra además de en el hombre, en ningún otro animal. Pecara mi ignorancia por desconocer alguna posición semejante, pero si llegase a encontrarla, estaré dispuesto, como Sócrates, “a la pena que merecen los ignorantes, es decir, a aprender de los que son más hábiles”, mientras tanto, me tomo el atrevimiento de exponer estas apreciaciones.
Para la exposición de estas apreciaciones, parto de breves pero muy rigurosos planteamientos teóricos de los profesores Olson y Simon, autoridades de la teoría económica moderna, los cuales han tratado la cuestión de los bienes públicos; junto a, algunas concepciones generalizadas sobre el concepto del thymos. Antes de las consideraciones finales, plantearé cuestiones sobre algunas observaciones que podrían sostener la conveniencia de incluir en la teoría económica, ideas sobre la parte Thymotica del hombre, entrelazando algunas concepciones de la teoría económica, sin alejarme de la preocupación central: la actitud del hombre frente a los bienes públicos.

2. Acercamiento entre el Thymos y los bienes públicos

En el devenir del tiempo en el que como un proceso consecutivo, evoluciona el conocimiento, una de las principales preocupaciones en el transcurrir del pensamiento económico ha sido entender lo que ocurre en el sector público. Cuando la pretensión es abordar estos fenómenos a partir del comportamiento individual de los agentes económicos, el supuesto de “racionalidad” depende de otras cualidades propias de la naturaleza humana . En ese sentido, considerar el carácter de racional como único y/ó principal determinante del comportamiento humano, puede llevar el resultado de la observación a una limitación de la explicación de tales fenómenos, cuando la interacción con sus semejantes y el contexto social en el que viven los entes económicos son siempre influyentes.

Apreciaciones entorno al Thymos.

Una de las consideraciones sobre la naturaleza humana que se han dejado por fuera del análisis de los fenómenos económicos, es esa cualidad intrínseca y siempre evidente del hombre, aquello que Platón apuntaba como Thymos, una cuestión que a través de los tiempos ha sido siempre considerada. Entre los autores que han tratado cuestiones semejantes al tema del thymos podemos contar a Maquiavelo, quien se refería al “deseo humano de gloria”; a Hobbes, quien hablaba de “orgullo” ó “vanagloria”; Rousseau lo definía como “amour propre”; Alexander Hamilton de “amor a la fama”; James Madison de “ambición”, Hegel de “reconocimiento”; Nietzsche decía que era un sentir propio de “la bestia con mejillas rosadas”.
El thymos, una palabra griega que se puede traducir como espiritualidad, es según Fukuyama, el primer análisis riguroso sobre el deseo de reconocimiento. En La República, Sócrates en una conversación con Galucón y Adimanto expone que hay tres partes del alma: dos de ellas tratan sobre los deseos del hombre, la tercera sobre la razón. La necesidad de mencionar dos dedicadas al deseo es porque hay uno de ellos que es distinto de los demás, que al igual que la razón, como ya había mencionado, sólo es posible hallarlo en el hombre, a esta parte Sócrates la llamó thymos.
Fukuyama arguye que el thymos se puede traducir como “un sentido innato de la justicia” , pues cada ser humano establece una valoración propia, lo que en lenguaje moderno podemos llamar “autoestima”. Considera “justo” que se le valore tal como él lo hace. El thymos explica, según Fukuyama, emociones como: el orgullo, cuando se nos valora conforme a nuestra autoestima; la vergüenza, cuando nos percatamos que las demás personas se dan cuenta que no actuamos conforme a nuestra autoestima; y la indignación, cuando se nos valora menos que lo que nos valoramos a nosotros mismos. El thymos es la parte del alma del que se deriva el deseo de ser reconocido, dos conceptos muy distintos:

“El thymos, tal como aparece en La República […] es la sede psicológica de todas las virtudes nobles, como la generosidad, idealismo, la moralidad, el espíritu de sacrificio, el valor y la honorabilidad” […] “El deseo de reconocimiento surgido del thymos es un fenómeno profundamente paradójico, porque el segundo es la sede psicológica de la justicia y la generosidad al mismo tiempo que está estrechamente relacionado con el egoísmo. El yo <> pide reconocimiento de su propio sentido del valor de las cosas, tanto de él como de otros. El deseo de reconocimiento sigue siendo una forma de afirmación de sí mismo, una proyección de los propios valores al mundo exterior […] No hay garantía de que el sentido de justicia del yo <> corresponderá al de otras personas […] La naturaleza auto afirmativa del thymos conduce a la confusión, muy común, del thymos y el deseo. De hecho, la autoafirmación que surge del thymos y el egoísmo del deseo son fenómenos muy distintos” .

Introducir aquí la diferenciación del thymos con el deseo de reconocimiento, es necesario porque ambos conceptos están estrechamente relacionados, y es preciso aceptar que son dos conceptos diferentes.
El deseo de reconocimiento no es algo material, como el de beber ó comer, sino que es ideal. Pero a diferencia de comer ó beber, este es un deseo que no representa, por lo menos intrínsecamente, ninguna utilidad -al menos en términos físicos-. Consideremos pues el caso de una negociación de salarios, sin duda, el obrero pedirá al empresario que eleve su salario lo más alto posible, para saciar sus necesidades; sin embargo, una parte de su deseo, se explica por el que se “le reconozca” en función de su valor como persona con dignidad y que merece respeto.
Así, en la negociación de su salario el obrero tiene dos motivos a la hora de hacerlo: su preocupación de sostener a su familia y cubrir sus necesidades básicas; y por otro lado, creer que es justo y necesario que se le trate como ser humano, cuando se ha dicho que todos son libres, que todos son iguales; al menos así se concibe la relación entre los hombres en la mayoría de las democracias modernas .
Entonces, su salario dependerá de estos dos motivos, y en este caso, parece que su parte thymotica, le puede dar un salario más alto. No es lo mismo llegar a pedir un empleo y decir “págueme usted lo que quiera, lo que crea que es suficiente para el sostenimiento de mi familia” (Como pensar en la fijación de salario del proletariado de Marx, ó como pensar en el salario mínimo, ó como cuando se justifica que los salarios dependen del nivel de precios, etc.), que entrar a la misma sala con la frente en alto y decir “soy un hombre y como tal merezco respeto, yo merezco un salario digno” . Así, el impulso y la disposición del segundo caso, es posible, que haya logrado un salario más alto, lo que se traduciría en un nivel más alto de utilidad (¿ó Bienestar?). Pero no podemos decir que la parte thymotica del hombre genera alguna utilidad, pues el deseo intrínseco de ser reconocido se satisface en el momento que se recibe el salario, más no en el momento en que se consume lo que se ha conseguido con este. Como se ha dicho, el deseo de reconocimiento no es material, es ideal.
Podemos así encontrar explicación a muchos fenómenos sociales, por ejemplo, los movimientos feministas, las protestas en contra de las diferencias raciales, las exposiciones llamativas sobre la afirmación de la fe, etc. Se suele considerar que estos no son problemas propios de la economía, más sin embargo ¡suelen producir profundos cambios en ella!, ¿Acaso la llamada revolución femenina no puso en aprietos el mercado laboral, ante la voluntad de las mujeres a salir a buscar empleos y su exigencia por salarios iguales al de los hombres?, ¿Acaso el respeto por la pluralidad de las razas, de las negritudes, de las minorías indígenas, no provocó la abolición de la esclavitud transformando todo el sistema productivo, y en lo que respecta a los indígenas, no les ha dado representatividad también en las decisiones políticas que todo los días provocan efectos en las económicas?, ¿Acaso la fe, no ha querido ser explicada por los economistas?
Volveré más adelante a considerar otras cuestiones sobre el thymos, pero con esos elementos, es momento de adentrar en la posición de dos autores que tratan el comportamiento del hombre frente a los bienes públicos, ellos son: Olson y Simon. Trataré de entrelazar discusiones ya planteadas sobre el thymos, encontrando en uno de los autores un acercamiento a esta idea.
Lo hago a través de dos documentos (uno de cada autor), que se refieren a los bienes públicos y planteamientos que arguyen a alternativas de solución frente al comportamiento del ser humano ante los mismos; muestro que hablar del thymós resulta, quizá, interesante. Contemplándolos separadamente, creo, en el primero no hay nada thymótico, en el segundo hay algo de ello.

Thymos, teoría económica y bienes públicos.

* En “La lógica de la acción colectiva”, Mancur Olson pone de manifiesto que sus argumentaciones allí contenidas parten de la que el llama una “paradoja”, que se puede resumir como la creencia en que cada grupo de personas, al tener un interés en común, todos sus integrantes irán en busca de tal interés. Para que la paradoja sea completa, se acepta que los individuos al saber que el beneficio se distribuye igual entre todos, preferirán no hacer nada, esperando a que otros lo hagan; esto, sí y solo sí, los grupos están compuestos de individuos racionales . La situación se hace más evidente a media que el grupo es más grande, pues el aporte de cada individuo en la búsqueda del bien colectivo será cada vez menor, a pesar de que recibirá igual beneficio si este se consigue. Según el autor, esta paradoja es evidente en el sistema de la explicación marxista:

“La forma más típica de esta creencia [la primera parte de la paradoja…] está encamada, por supuesto, en la afirmación de Marx según la cual en las sociedades capitalistas la clase burguesa hace que el gobierno sirva a los intereses propios de ella. Una vez que la explotación del proletariado ha llegado hasta determinado nivel, y ha desaparecido la “falsa conciencia”, la clase obrera se rebelará en su propio beneficio y establecerá una dictadura del proletariado” […] “Si examinamos con cuidado la lógica de la frecuente suposición que se recoge en el párrafo anterior, cabe apreciar que es básica e indiscutiblemente errónea” .

Para Olson los bienes públicos llegan a todos en iguales proporciones (¡toda una verdad empírica!) y por tanto, lo más racional es mantenerse pasivo. Señala mecanismos que podrían evitar esta aversión por el interés general, como lo son los “incentivos selectivos”, que por mi aversión a lo “normativo”, aquí no expongo.
Tanto la revolución rusa como la china son ejemplos empíricos de socialismo marxista, y a pesar de que una de las preocupaciones de Olson es el problema que implica guiar los grupos numerosos hacia la búsqueda del interés general, ¿No son acaso estos dos, de los países más poblados del mundo?
En la discusión sobre la desaparición de la “falsa conciencia” del proletariado, Olson no ha tenido en cuenta el carácter thymótico del proletariado de Marx . En el Socialismo científico, la “falsa conciencia” no era consecuencia de una situación particular y subjetiva de los individuos, al igual que la necesidad de la objetividad de la desaparición de la misma para instaurar el Estado comandado por el proletariado, el carácter de la “falsa conciencia” era generalizado.
En el sistema marxista, dado al Materialismo Histórico, la revolución proletaria se desarrollaría con el desenvolvimiento del sistema capitalista; teniendo en cuenta que los hombres están políticamente organizados, la evolución del sistema productivo llevaría a la reducción de la burguesía y al levantamiento en masa del proletariado (que es numeroso) contra ellos, en búsqueda de un nuevo orden que defendiese la libertad y la igualdad entre los hombres.
Ejemplo de esto es la Revolución Rusa de 1917 en la que como consecuencia de la peregrinación de Marx hacia Rusia a través de Lenin, el zarismo fue abolido por la voluntad del pueblo. El radicalismo del bolchevismo que derivó del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso (POSDR), fue más seguido que el menchevismo que admitía cualquiera que simpatizara en general con los objetivos del partido, sin tener en cuenta su participación activa . Surge la pregunta pertinente: en una situación difícil en la que un pueblo es guiado por un hombre autocrático pero débil, y donde las condiciones económicas y la equidad eran fuertemente azotadas, en una sociedad donde el discurso socialista, que infunde el valor a la equidad y el respeto a ella empezó a irrigarse, ¿por qué no pertenecer a un grupo que es flexible, en el que no me exigirán nada, en el que ni siquiera importe si mi participación es activa o no, a cambio que uno que exige comprometerse?
Al parecer, aquí no existieron incentivos selectivos, además, ambos fragmentos del POSDR ofrecían las mismas condiciones a sus seguidores. Si atendemos a “La lógica de la acción colectiva” de Olson, sería más preciso aceptar que la mayoría debió haber hecho parte del menchevismo y no del bolchevismo, pues en el primero el compromiso con el interés general era voluntario, en el segundo necesario, a pesar de que en ambas partes, el propósito era simplemente el mismo. ¿No sería racional, en el sentido de la “lógica” de Olson, seguir un movimiento que no me comprometa con mayor rigurosidad con el propósito general ?
Podemos creer, siguiendo la “lógica”, se prefirió el bolchevismo porque cada individuo suponía que los demás estaban dispuestos a comprometerse, cosa que no harían en el menchevismo, y así cada uno no haría nada. Pero no fue así, la revolución no hubiese sido posible sin la participación de cada uno de ellos. La aversión al interés general, ¡sin existir en esos tiempos mecanismos de rigurosa vigilancia!, fue insignificante en la revolución rusa.
Si dejamos la explicación al thymos, hallo conveniente mencionar un término de él desdeñado, y es la isothymia, que no es más que una forma del thymos. Puesta en términos de reconocimiento, se traduce en el deseo de ser reconocido como un igual entre los demás. El Socialismo contempla la igualdad entre los hombres, donde la equidad, como reconoce Víctor Hugo, es su manifestación primera. La mayoría de los rusos de principios del siglo XX querían ser iguales, y como sucede con los extremistas islámicos que están dispuestos a entregar su vida por la tierra, porque para ellos la tierra lo es todo , en Rusia, ¡hasta a las mujeres de la época! se les dispuso para tal fin: Igualdad política y equidad económica.

* Por otro lado, soy del parecer del profesor Herbert Simon al aceptar en “Los procesos racionales en las cuestiones sociales”, que la mayoría de creencias y valores proliferan no en función del carácter racional que les compete, sino del grado de credibilidad y legitimidad que adquieren en determinados círculos sociales. Este es un evidente ejemplo del thymos del tipo iso. El ser humano, social por naturaleza, puede preferir precios más bajos haciendo caso a su carácter racional, sin embargo, no estará dispuesto a comprar Jeans baratos si sus compañeros de trabajo se revisan recíprocamente las marquillas .
En ocasiones, la aceptación de creencias y valores en la sociedad llevan a los hombres a desarrollar la megalothymia, aquella forma del thymos en la que el ser humano quiere ser reconocido como un ser superior. Cuando el propósito de los alemanes de los años veintes, treintas y cuarentas, era recuperar la dignidad pérdida en la Primera Guerra Mundial, colectivamente, el nacionalsocialismo fue capaz de elevar los espíritus de casi toda Alemania, hasta generalizar la idea de que existían otras razas inferiores.
El ensayo de Simon comprende dos partes: la primera, “Los límites de la racionalidad institucional”, de la cual ligeramente ya me he referido; y la segunda, “El fortalecimiento de la racionalidad institucional”. Al iniciar este documento, admití mi intención de sólo preocuparme por las cuestiones positivas, es por esto, que me abstengo a hacer referencia sobre el carácter de la segunda parte que contiene cuestiones normativas.
En la primera parte, el autor admite, en sus ideas sobre “racionalidad limitada”, que las instituciones permiten actuar de cierta manera “inteligente” al ente económico, dada su estrecha capacidad mental. En cuanto a las cuestiones políticas, pertinentes para hacer la observación sobre los bienes públicos, dada tal capacidad limitada de racionar, también se incluye la no capacidad total para procesar toda la información posible. En ese sentido, en las cuestiones políticas, los individuos ó, se dedican a cambiar sus preocupaciones generales según el ambiente, ó mantienen constantes la fijación en una preocupación precisa. Es esto ó es aquello, pero no es posible considerarlas todas.
Simon identifica que la causa de este problema es la necesidad de las instituciones políticas de resolver las necesidades de la sociedad de manera simultánea. Un segundo problema de las instituciones es su incapacidad de manejar las diferencias de los valores que es posible entre los individuos . Por último, una tercera deficiencia de tales instituciones, es su estado casi siempre de incertidumbre que es adquirida de sus miembros.
Simon acepta que “La Racionalidad Limitada” es consecuencia de los límites del sujeto cognoscente. En el primer problema, “Límites de la atención”, conviene considerar que muchas personas prefieren no preocuparse por las cuestiones políticas por motivos éticos. Por ejemplo, en la sociedad colombiana, muchas veces se concibe al hombre político como un hombre “corrupto”, “ladrón”, etc. Independientemente que esto sea cierto ó no, con el tiempo, personas que participaban activamente en la política como los candidatos a ejercer cargos públicos, por temor a ser ó por evitar que su familia sea señalada como corruptos ó ladrones, prefieren dedicarse a otras actividades, porque también quieren evitar caer en la vergüenza, ó que se les trate indignamente. Esto agudiza la natural incapacidad de comprender todos los problemas públicos, pues se estimula, paralelamente, que los ciudadanos mantengan un ritmo de ensimismamiento que les desprenda de la voluntad y el interés general.
Situación semejante puede ser la del elector público, quien prefiere no comprender nada con respecto a los bienes públicos. A medida que se le habla de corrupción, su identidad con las cuestiones públicas se, a falta de otra palabra, marchita progresivamente, hasta llevarle al desinterés total. Tal vez por esto se escuche por ahí “¿Yo para qué voto si todos los políticos son corruptos? Dado esto, podemos culpar a las instituciones que no tienen mecanismos que depuren ese perjudicial smoke de la aversión a lo público .
En cuanto al segundo problema “Valores múltiples”, las particularidades de todos y cada uno de los seres humanos, es muy difícil sistematizarlas . El thymos varía siempre, aunque la tendencia, según Fukuyama, es a que permanezcan iguales (o todos “isothymicos” ó todos “megalothymicos”. Una tercera posibilidad es ser reconocido como un ser inferior. ¿Es acaso común esto?. Por ello aquí no se tiene en cuenta). Como bien dice Simon: “No hay peligro de alcanzar un estado estable en nuestra sociedad, ni en cualquier otra, en el que todos los problemas hayan sido resueltos” , igual se aplica para el thymos entre los hombres.
Por último, en el problema de la “Incertidumbre”, Simon dice: “(…) es por esto (por la incertidumbre) que tenemos grandes dificultades en ponernos de acuerdo sobre la vía de acción que hay que seguir” . A esto hay que sumar el problema del hacia “dónde” se debe ir. Si lo “óptimo” es conseguir, por ejemplo, la libertad y la igualdad entre los hombres, considerar si el Socialismo, la Democracia ó la Social-Democracia es la vía que se “debe” tomar, será algo difícil de acordar. Creo que ni el thymos ni la Racionalidad Limitada pueden dar sobre esto cierta certeza, pues como diría Keynes, en el largo plazo lo único cierto es la muerte.

3. Consideraciones finales.

El individualismo metodológico ha dado al pensamiento económico un desarrollo magnífico de las interpretaciones del comportamiento del homo economicus. Sin embargo, dado su carácter, muchas de sus observaciones requieren de abstracciones sobre el determinismo posible de la sociedad en los individuos. El thymos, al igual que la condición de racionalidad, como brillantemente Simon lo expone, está definido en cierto sentido por las estructuras de la sociedad. De estas dos características del hombre, seriamente distintas y evidentes, se le ha excluido a la primera del marco de explicación sin razón alguna.
En ningún momento aceptaré que las apreciaciones aquí consideradas son las mejores interpretaciones ni las mejores críticas a tan profundas autoridades del pensamiento económico, mucho menos que están exentas de errores, aceptar esto sería ciertamente ¡indiscutiblemente erróneo!; sólo he querido considerar algo, por lo menos para mí, relevante, esperando que para alguien más lo sea. Cuando fui asaltado por la preocupación de la pregunta ¿Por qué no se ha hablado del Thymos, por lo menos en las apreciaciones que yo he leído sobre teoría económica moderna?, asumí dos repuestas: ó simplemente no me he topado con ellas, ó la consideración de la no utilidad de esa parte del alma en términos materiales, es como bien recuerdo un Profesor, “no es posible contemplarlas en la “Economía Estándar””. Aunque reconozco, porque me lo han hecho saber, hay elementos muy interesantes en el estudio del capital social.
Es bien sabido que el utilitarismo del siglo XIX contribuyó a establecer las características del ya llamado homo economicus, donde el carácter de ser racional y la siempre búsqueda de mejorar los niveles de utilidad (¿ó de bienestar?) han sido sino el único, el más sobresaliente entre todos los objetivos de tal hombre. Pero como he mostrado, (aclaro, no demostrado, yo aquí sólo he expuesto temas tratados), podría ser conveniente atar de alguna manera otras actitudes del hombre de manera explícita y bien diferenciada en sus teorías. Hablar de “Racionalidad limitada”, puede contemplar algo de las concepciones thymoticas.
Casualmente, en la lista de quienes han tratado el thymos ó algo semejante, hombres como Platón, Hegel, Rousseau, Kojéve, Nietzsche, Fukuyama, Hobbes, Locke, entre otros, han tenido un perfil filosófico; y Adam Smith, al que nos hemos acostumbrado a llamar el padre de la economía moderna, antes de ser un economista, fue un filósofo, de esos que buscan interpretar el comportamiento del hombre. Espero algún día, los economistas metan la mano en ese balde grande que se llama filosofía, y se saque de la penumbra, nuestras otras partes y necesidades del alma (me refiero a las no materiales) para enmarañarlas en los finos telares de sus teorías económicas.









Bibliografía.

- Libros:

• ARISTOCLES (PLATÓN). LA República (390-385 a.C.). Ediciones Universales. Bogotá, Colombia. 1982.
• FUKUYAMA, Francis. El fin de la historia y el último hombre (1989).
• HOBBES, Thomas. Leviatán. (1651)
• SCHMITT, Karl. El concepto de lo político (1932)
• MARX, Karl. Contribución a la Crítica de la Economía Política.

- Artículos:

• BUCHANAN, James. Elección Pública: Génesis y Desarrollo de un Programa de Investigación (2003). Revista Asturiana de Economía.
• OLSON, Mancur. La lógica de la Acción Colectiva (1998). Tomado de SAIEGH, Tommasi. La nueva economía política. Racionalidad e instituciones. Ed. Universitaria de Buenos Aires.
• SIMON, Herbert. Los Procesos Racionales en las Cuestiones Sociales en Naturaleza y Límites de la Razón Humana (1989) FCE. Ciudad de México, México. Págs. 97-137.
• STIGLITZ, Joseph. Mejorando la eficiencia y la capacidad de respuesta del sector público: lecciones de la experiencia (2002) Revista del CLAD Reforma y Democracia Nº 22. Pág. 13.

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